El bienestar de las grandes petroleras al borde del precipicio - La Gran Paradoja

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26 abril 2019

El bienestar de las grandes petroleras al borde del precipicio

A finales de la primera década de este siglo, las grandes petroleras abrazaron juntas la nueva estrategia de maximización de la producción, “perfora, chico, perfora”. Realizaron las inversiones necesarias, perfeccionaron la tecnología para extraer el petróleo difícil y, de hecho, se impusieron al declive de los yacimientos de “petróleo fácil” existentes. En esos años lograron aumentar la producción de manera notable, incorporando yacimientos de petróleo cada vez más difíciles de acceder.

Según la Administración de Información de Energía de Estados Unidos (EIA, por sus siglas en inglés), la producción mundial de petróleo subió de 85,1 millones de barriles diarios en 2005 a 92,9 millones en 2014, a pesar del declive continuado de muchos yacimientos en Norteamérica y Oriente Medio. Hace un año, cuando afirmó que las inversiones de la industria en nuevas tecnologías de perforación habían ahuyentado el fantasma de la escasez de petróleo, el último consejero delegado de BP, Bod Dudley, aseguró al mundo que las grandes petroleras se estaban expandiendo y que la única cosa que había tocado techo era “la teoría del cenit del petróleo”.

Eso, por supuesto, ocurrió justo antes de que el precio del petróleo se despeñase e inmediatamente puso en tela de juicio la pertinencia de seguir extrayendo petróleo a niveles récord. La estrategia de maximización de la producción diseñada por O’Reilly y los otros consejeros delegados se basaba en tres premisas fundamentales: que, año tras año, la demanda continuaría aumentando; que esa demanda creciente aseguraría precios lo suficientemente altos como para justificar las costosas inversiones en petróleo no convencional; y que la preocupación por el cambio climático no alteraría la ecuación de manera significativa. Hoy, ninguno de esos supuestos es válido.

La demanda seguirá aumentando –eso es innegable, dado el crecimiento esperado de población e ingresos mundiales– pero no al ritmo al que estaban acostumbradas las grandes petroleras. Hay que tener en cuenta lo siguiente: en 2005, cuando muchas de las inversiones más importantes en petróleo no convencional estaban en su fase inicial, la EIA pronosticó que la demanda de petróleo alcanzaría los 103,2 millones de barriles diarios en 2015; en este momento ha rebajado esa cifra hasta los 93.1 millones de barriles. Esos 10 millones de barriles diarios de consumo esperado “perdidos” quizá no parezcan mucho considerando el número total, pero no hay que olvidar que las inversiones multimillonarias de las grandes petroleras en energía difícil se basaban en la materialización de esa demanda añadida, la cual justificaría los altos precios necesarios para compensar los crecientes costes de extracción. Sin embargo, con la desaparición de mucha de la demanda anticipada, los precios estaban destinados a hundirse.

Las indicaciones actuales sugieren que el consumo seguirá siendo inferior a lo esperado en los próximos años. En un análisis de las tendencias futuras publicado el mes pasado la EIA señalaba que, debido al deterioro de las condiciones económicas globales, muchos países experimentarán una ralentización del crecimiento o bien una reducción real en el consumo. El consumo de China, por ejemplo, se prevé que crezca solo en 0,3 millones de barriles diarios durante este año y el próximo; muy lejos del aumento de 0,5 millones de barriles diarios que experimentó en 2011 y 2012 y del de un millón de barriles en 2010. Entre tanto, en Europa y Japón se prevé un descenso del consumo durante los próximos dos años.

La Agencia Internacinal de Energía (AIE), uno de los brazos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE, el club de los países ricos e industrializados), sugiere que esta ralentización de la demanda probablemente continúe más allá de 2016. Aunque la AIE predijo que los bajos precios de la gasolina podrían estimular un incremento del consumo en Estados Unidos y otros pocos países, la mayoría de ellos no experimentará dicha mejora y por eso, según este organismo, “[e]l reciente declive de los precios solo tendrá un impacto marginal en el crecimiento de la demanda en lo que queda de década”.

Existe además otro factor que amenaza el bienestar de las grandes petroleras: el cambio climático ya no puede excluirse de ningún modelo de negocio energético futuro, como las arenas bituminosas canadienses, el petróleo del Ártico y numerosos proyectos de esquisto. De hecho, la prensa económica está llena de informes sobre mega proyectos energéticos parados o suspendidos. Shell, por ejemplo, anunció en junio que había abandonado sus planes para construir una planta petroquímica en Qatar, cuya inversión era de 6,5 miles de millones de dólares, aludiendo al “clima económico actual que prevalece en la industria energética”. Al mismo tiempo, Chevron aparcó su plan de perforar en el mar de Beaufort, y la noruega Statoil dio la espalda a la perforación en Groenlandia.

Existe además otro factor que amenaza el bienestar de las grandes petroleras: el cambio climático ya no puede excluirse de ningún modelo de negocio energético futuro. Las presiones para afrontar un fenómeno que podría aniquilar, en el sentido más auténtico de la expresión, la civilización humana son cada vez mayores. Aunque en estos años las grandes petroleras han gastado ingentes cantidades de dinero en una campaña para levantar dudas sobre la base científica del cambio climático, cada vez son más las personas que están empezando a preocuparse por sus efectos –condiciones meteorológicas extremas, tormentas más intensas, periodos más largos de sequía, aumento del nivel del mar, y otros– y exigen que los gobiernos actúen para reducir el alcance de la amenaza.

Europa ya ha adoptado medidas para reducir las emisiones de carbono en un 20% para 2020, comparado con los niveles de 1990, y para lograr mayores reducciones en las próximas décadas. China, aunque sigue aumentando su dependencia de los combustibles fósiles, finalmente ha prometido al menos alcanzar el tope de sus emisiones de carbono en 2030 y aumentar el uso de fuentes de energía renovable hasta llegar al 20% de la energía total ese mismo año. En Estados Unidos, los cada vez más rigurosos estándares de eficiencia energética obligarán a que los coches vendidos en 2025 rindan una media de 54,5 millas por galón, lo que reducirá la demanda estadounidense de petróleo en 2,2 millones de barriles diarios. (Por supuesto, el Congreso, con mayoría republicana y fuertemente subsidiado por las grandes petroleras, hará todo lo posible para erradicar las restricciones al consumo de combustible).

Sin embargo, a pesar de la insuficiente respuesta que se ha dado hasta ahora a los peligros del cambio climático, la cuestión sigue siendo el mapa energético, y su influencia global en la política solo puede aumentar. Tanto si las grandes petroleras están preparadas para admitirlo como si no, la energía alternativa está ya en la agenda mundial y no hay vuelta atrás. “Estamos en un mundo diferente del que existía la última vez que vimos una caída estrepitosa del precio del petróleo”, dijo en febrero Maria van der Hoeven, directora ejecutiva de la IEA, refiriéndose al derrumbe económico de 2008. “Las economías emergentes, en particular China, han entrado en fases de desarrollo menos intensivas en petróleo… Además, las preocupaciones sobre el cambio climático están influyendo en las políticas energéticas [y por eso] las renovables están cada vez más generalizadas”.

Naturalmente, la industria petrolera está esperando que la actual caída del precio se invierta pronto y que con niveles de 100 dólares el barril vuelva su modelo de maximización de la producción, que ahora está derrumbándose. Pero estas esperanzas de retorno a la “normalidad” son quimeras energéticas. Como sugiere van der Hoeven, el mundo ha cambiado de manera significativa y por el camino ha destruido las bases sobre las cuales descansaba la estrategia de maximización de la producción de las grandes petroleras. Los gigantes energéticos tendrán que adaptarse a las nuevas circunstancias reduciendo su actividad, o bien afrontar el riesgo de ser absorbidos por compañías más hábiles y agresivas.

Fuente(s): contrainfo.com

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