Haskalá, la Ilustración judía - La Gran Paradoja

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27 abril 2019

Haskalá, la Ilustración judía

Haskalá es una palabra en hebreo que significa Ilustración. En este artículo pretendemos explicar el origen repentino de la misma en el siglo XVIII. Examinaremos así mismo su alcance, ¿todo el pueblo judío recibió su influencia por igual? Si todo movimiento tiene unos objetivos, ¿éste los cumplió todos, o quedaron flecos por resolver? ¿Qué le debemos a la Haskalá como sociedad, es decir, que logros tuvieron en distintas materias del saber? Todo esto será analizado desde distintos puntos de vista.

¿Qué es la Haskalá? Orígenes. Igual que antes de la luz viene la oscuridad, antes de la Ilustración tenemos que hablar de una época difícil para el pueblo judío. Nos referimos a ello con una palabra con merecida mala prensa: el gueto. Los orígenes de esta institución no están nada claros. Si atendemos a la historiografía clásica pensaremos en el 26 de marzo de 1516, cuando el gobierno de la Serenísima República de Venecia decretó que reducirían su espacio a una isla de Cannareggio. Unas fundiciones de metal de tiempo de los romanos, llamadas getti en dialecto veneciano, dieron su nombre a esta unidad social. El motivo argüido por el Senado veneciano fue la superpoblación hebrea debido a la oleada de refugiados por las expulsiones judías de los reinos ibéricos (Treserras, 2007, pp. 27-29) .

Claro que hay diferentes opiniones al respecto. El historiador de las religiones Michael McClain explica que el gueto tiene su origen en el Talmud. Es decir, la tendencia de los judíos a agruparse está acentuada por los restaurantes y carnicerías kosher, que es la forma de preparar la carne de acuerdo a la ley talmúdica. Y dicha ley se enseña y estudia en las academias denominadas yesiba, y finalmente se reza en la sinagoga. Es decir, tenemos tres elementos indispensables en la vida del judío, y los hebreos ilustrados, los maskilim, en actitud crítica a su religión sostenían que el gueto es una invención semita. Si bien hay que puntualizar que aunque es cierto que tanto los límites físicos (puertas de hierro) como legales son del siglo XVI (McClain, 1972, pp. 51-53).

De cualquier forma los siglos XVI-XVII es una época dura y oscura para los hebreos en líneas generales, quizá con la excepción de los sefardíes en las Provincias Unidas o el Imperio Otomano. Isaac Abrahams dice que fue “aquella edad negra en la edad judía, época del gueto, ignorancia y la degradación” (Abrahams, 1911, pp. 78-99). Como no podía extenderse, el barrio quedarían condenados al hacinamiento, la suciedad, y edificios altos de callejuelas estrechas.

Esto fomenta la delincuencia, las enfermedades y además eran presa fácil de incendios. A todo esto se les sumaron los ataques típicos de índole religiosa, y de comerciantes competidores, pues querían quitarse la competencia hebrea de encima. Mientras que para los gentiles se daba el Renacimiento, para los judíos el progreso parecía vedado. Aunque es dudoso que sin el gueto hubiese sobrevivido como tal la cultura judía, no lo es que fuese algo humillante.

Por supuesto esto tuvo consecuencias doctrinales y es que se hizo cada vez más estricta la observancia de la ley del Talmud. La ortodoxia llegó a niveles no vistos antes, creando un modelo único de judío. Es decir, la tradición judía rabínica se asentará y posteriormente extenderá con las migraciones a Europa del Este. Concretamente a Polonia Lituania, la famosa mancomunidad que dominó el mundo eslavo oriental. Polonia-Lituania mantuvo una atípica política de tolerancia, siendo denominada “el cielo de los judíos”.

Como particularidad, el Gran Rabinato recaudaba impuestos allí y de ese dinero el 30% iba para los propios hebreos, mientras que el resto se destinaba al monarca para su protección. Al encargado de la recaudación, que además gestionaba la comunidad, se le llamó Qahal. Aunque durante El Diluvio experimentaron un periodo de crisis y tuvieron problemas con los cosacos, lo cierto es que en general las relaciones con el pueblo eran bastante buenas. No era nada raro ver beber juntos a un polaco y a un hebreo, e incluso con el fin de la Mancomunidad, los judíos acompañaron al pueblo en la rebelión contra los rusos (Hundert, 2004, pp. 51-52). Y eso fue el principio del fin del cielo polaco.

El Imperio Ruso se quedó con la mayor parte del territorio de la Mancomunidad, e inmediatamente introdujo cambios en la vida hebrea del Este. Pero si el siglo XVIII acababa mal para ellos, el XIX fue nefasto. Se prohibió la enseñanza en yidish, lengua que les unía a los judíos de origen alemán, los askenazi. Además les estaba vedado alquilar propiedades, y entrar a Rusia. Fueron expulsados ​​de la industria cervecera, su principal fuente de sustento. Las medidas más duras diseñadas para obligar a los judíos a unirse a la sociedad y lograr su conversión a la fe ortodoxa (Domnitch, 2012, p. 11). Y además exigieron su expulsión de las aldeas, siendo forzados a trasladarse a las ciudades. Una vez que comenzó el reasentamiento, miles de judíos perdieron su única fuente de ingresos, y vivieron de la mendicidad.

Finalmente suprimieron a los qahales de la vida pública, anulando su representación administrativa. Y esto tendrá mucha influencia en acontecimientos venideros. Aislados de los suyos y condenados a menudo a un estado de carestía, el hermanamiento entre los campesinos y trabajadores polacos con el pueblo de Moisés se terminó. Sin embargo, en la Europa central de los guetos algo iba a cambiar la situación hebrea para siempre. Concretamente el lugar donde comenzó la revolución cultural fue en los estados alemanes del Imperio. Este movimiento se denominó Haskalá, la ilustración judía, y consistió precisamente en salir del gueto. Supuso así un intento más o menos fructífero de integración en la sociedad gentil que dio lugar a unos cambios permanentes en el mundo entero.

Toda revolución tiene un protagonista más o menos claro, y en este caso nuestro hombre es Moses Mendelssohn. Este pensador askenazi leyó desde joven libros en alemán, cosa prohibida por autoridades hebreas. Mendelsshohn aprovechó un clima de tolerancia a los hebreos para intentar superar las barreras entre ambas sociedades y pensando que lo que más les separaba era la lengua, tradujo la Torá al alemán.

Además tuvo publicaciones filosóficas en dicha lengua y mantuvo una agria polémica con un pastor suizo llamado Lavater. Finalmente ambos se reconciliaron, admitiendo el de Zurich que el hebreo era “un alma brillante”. Esta amistad fue sincera, e incluso cuando los judíos suizos sufrieron amenaza de expulsión, Lavater intervino a instancias de su amigo askenazi, y se evitó la tragedia (Abrahams, 1911, pp. 120-121).

Pero no acaban allí sus logros intelectuales, en 1763 ganó un concurso filosófico, tan típicos del Siglo de las Luces. El que quedó segundo fue nada menos que Immanuel Kant. Afirmaba además que la diversidad era un designio de Dios y de la Providencia, y por tanto no tenía sentido ni justicia interferir en la religión del prójimo. Los que le siguieron se denominaron maskilim, esto es, hebreos ilustrados que pretenden salir del gueto e integrarse.

Los más ortodoxos, sin embargo, no gustaron de estas ideas, afirmando que traducir la Torá era herético, y que esto acabaría con la pérdida de identidad judaica. Teniendo en cuenta que todos los hijos de Mendelssohn se convirtieron al catolicismo, algo de razón tenía. Incluso el propio Moses al final de su vida, según cuentan sus amigos, acabó siendo un espinozista, lo que implica ser prácticamente ateo (Altmann, 1973, p. 733). El escritor askenazi Henrich Heine llegaba a definirle como el Lutero de los judíos.

Por supuesto que si hablamos de la Haskalá tenemos que mencionar la educación. Los maskilim entendieron que allí estaba el futuro, en la educación de las siguientes generaciones de judíos. Así que en 1778 en Berlín se funda la primera escuela ilustrada, la Freischule, la escuela libre. Esta ofrecía una enseñanza muy completa, que incluía alemán y francés, algo de la Biblia y hebreo. Otras escuelas siguieron a este prestigioso centro, abriéndose muchas en Frankfurt y otras ciudades alemanas. Asimismo, estas escuelas eran gratuitas, para enseñar a los niños pobres, e incluso se abrieron algunas para niñas, como la de Bremen. Un enorme avance educativo en la época.

Pero si algo tenían en común todos estos colegios era que quitaban el Talmud como centro de enseñanza. Además pasaron de investigar el conocimiento a través de la verdad revelada a la observación empírica y objetiva de la realidad. En 1810, en Kassel se da el primer seminario para instruir a los profesores. Y en Varsovia se abrieron también algunos centros educativos más. Pronto, como una mancha de aceite se extendieron por Europa las escuelas judías.

Incluso en Rusia, pese a la difícil situación, se dio este fenómeno. En 1870 había 2.000 niños escolarizados, se cuadruplicó la cifra diez años después (Enciclopedia Judía, 1906, pp. 1437-1439). Y por supuesto parte del logro real de la Haskalá fue que tras asistir a estas escuelas primarias, los judíos asistiesen a colegios de secundaria. Se integrarían entonces en la sociedad, como era el plan a largo plazo.

La incidencia del presente artículo en el tema de las lenguas no es casual. Y es que en muchos sentidos esta fue una revolución lingüística. Las barreras de idiomas debían romperse, pues eran los muros del gueto sociológico que vivían los hebreos. Los comerciantes alemanes, seguramente con la intención de sobreponerse a sus competidores, se quejaban de que los judíos utilizaban el yidis para engañar a los gentiles. Esta lengua tuvo mala prensa, incluso Mendelssohn decía que era gramaticalmente absurdo y fuente de corrupción moral (Abrahams, 1911, p. 73).

Es por esto que se enseñó el francés y el alemán, pudiendo crear así una red comercial que enriqueció a la comunidad. Aunque como suele ocurrir en estos casos, creció la desigualdad, siendo que el idioma de las élites judías fue el francés, y el de las clases populares el alemán. Además se produjo un resurgir del hebreo, idioma abandonado por los askenazis. Como aclaración, decir que la diferencia entre yidis y hebreo es que el segundo es el idioma judío original, mientras que el primero es del siglo X.

Este fue abandonado progresivamente, hasta el punto de que hoy en día solo lo habla un cuarto de la población judía e incluso en Israel está mal visto por muchos. Seguramente porque la diferencia entre hebreo y yidis refleja la tensión entre la vida secular y laica, entre los askenazis y el resto de hebreos. Una constatación de desigualdad, de hecho tanto sionistas como ortodoxos hoy en día lo desprecian (Kavon, 2014, p. 20). Además el hecho de que sea originario de Alemania tras lo ocurrido en el Holocausto no ayuda.

Pero aunque este sea un tema muy interesante, no debemos desviarnos de la Haskalá y otra de las cuestiones que trató, la reforma de la religión hebrea. Todo culto ha de ir adaptándose a sus fieles, y la estricta observancia del Talmud en el gueto estaba muy obsoleta. El aislacionismo que estaban proponiendo era contrario a la lógica comercial y la globalización que empezaba en la Edad Moderna.

Pero más llamativo y pintoresco resulta la cuestión del mesianismo, siendo que la religión hebrea espera a un mesías (la cristiana ya la tuvo con Cristo). Un caso muy paradigmático e influyente fue el de Shabtai Tzvi, un carismático teólogo del siglo XVII que reunió a miles de seguidores. Desde Holanda a Italia, Polonia y los Balcanes, le siguieron en procesión a Palestina, pues Shabtai se proclamó a sí mismo como el mesías. Las autoridades otomanas, preocupadas, comenzaron a arrestarles, pero sus seguidores continuaron creciendo. Así que le dieron a elegir entre un turbante y la espada, es decir o conversión al islam o ejecución. En algún momento este supuesto mesías decidió que morir por sus creencias estaba sobrevalorado y se convirtió al islam. Los rabinos de toda Europa que habían proclamado la llegada del salvador decidieron borrar los registros, siendo muchas sinagogas hoy que dejan ese espacio de su historia en blanco (Gottreich, 2013, pp. 187-193).

Esta decepción junto a otras llevó a los pensadores hebreos a dejar de depender intelectualmente de la llegada de un mesías. Jonathan Eybesch”uetz lo resumía muy bien al decir que el gran logro de un mesías sería “conseguir clemencia a su pueblo por parte de otras naciones (Enciclopedia Judía, 1437). Y se empezó a ver su diáspora no como un castigo divino, sino un resultado de decisiones políticas. Y esto es clave, porque implica que su castigo en la tierra no era algo irreversible salvo designio divino, sino perfectamente modificable, así que se irían viendo alternativas. Por ejemplo muchos en Rusia se adhirieron al socialismo, aunque era difícil confiar en los obreros y campesinos rusos tras los pogromos, y otros tantos abrazaron el sionismo. Incluso el nacionalismo gentil se fue popularizando, como prueba que en 1807 la Asamblea de Notables Judíos usase el término “franceses de la religión de Moisés”. Además se simplificaron los rituales, eliminando poemas medievales, terminando con la segregación por sexo en la sinagoga, y tratando de hablar más de ética que de formalismos ceremoniales. En cierto sentido, con la Haskalá muchos judíos dejaron de serlo.

Otro producto de la Haskalá es que los hebreos se destacaron como grandes financieros, al menos una pequeña parte. Lo cierto es que la mayoría de empleos de los judíos eran de medicina, peluquería o talleres, fomentados por la Haskalá. Pero más antiguo aún es el origen de su habilidad económica, para ser exactos en el Deuteronomio 23, 20-21 que dice: “No prestarás a interés a tu hermano, sea rédito de dinero o de víveres o de cualquier otra 10 cosa que produzca interés”. Es decir, cobrar al gentil sí, pero nunca al correligionario. En el siglo XIX, con el auge del capitalismo, hubo hebreos que tuvieron esta visión y habilidad para destacar. Hay muchos nombres como Walburg, Goldman Sachs, pero ninguna destacó tanto como los Rothschild.

La influencia de esta familia se extendió por toda Europa, siendo en total cinco hermanos especialmente hábiles para los negocios. París, Nápoles, Frankfurt, Viena, Londres y Nápoles fueron los sitios elegidos por la dinastía. Aunque podríamos dedicarle un artículo propio, diremos simplemente que Nathan Rothschild inventó un modelo de negocio que el resto de financieros imitó. Primero emitir bonos, a partir de los cuales consigue fondos, y financiar gobiernos. Por supuesto, reinvertir el dinero en una serie de redes clientelares, aliados poderosos, que ayudasen al negocio. “Si un hombre poderoso adquiere una deuda con un judío, este pasa a ser judío” decía su padre. Pronto Metternich, Wellington, Luis Felipe de Orleans y posteriormente la Reina Victoria fueron clientes de esta familia. Como no permitieron a ningún nieto fundar otra rama, y además se casaban entre ellos, tuvieron que contratar agentes para tener información propia en Madrid, San Petersburgo, Nueva Orleans, La Habana…Hicieron su propio servicio de mensajería, periódicos, aunque desde luego tuvieron derrotas graves. Fracasaron al impedir la invasión prusiana a Francia, tuvieron que abandonar Nápoles tras la unificación, y anteriormente Napoleón les obligó a recurrir al contrabando. Pese a las teorías conspiratorias, nunca fueron infalibles (Ferguson, 2018, pp. 176-184). Sin embargo ellos y algunos otros posibilitaron el desarrollo del capitalismo decimonónico tal y como lo hemos concebido.

Fuente(s): archivoshistoria.com

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