Distinguiendo entre ciencia y tecnología

Los teóricos posmodernos y muchos investigadores en estudios de ciencia y tecnología ya no creen que haya una distinción de principio entre ciencia y tecnología. Ciertamente los límites son mucho más vagos que en el pasado. Pero si concluimos que no podemos distinguirlos de ningún modo, ¿en qué se convierten las distinciones asociadas entre teoría y práctica, investigación y aplicación, trabajo académico y negocio, verdad y utilidad? ¿Debemos abandonarlas también?

La vieja distinción entre ciencia y tecnología y todas esas distinciones asociadas implican una jerarquía de valores. Ciencia, teoría, investigación, trabajo académico y verdad fueron consideradas más nobles que tecnología, práctica, aplicación, negocio y utilidad, de acuerdo con la antigua preferencia por la contemplación desinteresada sobre la actividad mundana.

Esta jerarquía fundamenta la demanda por la completa autonomía de la ciencia. En 1948, Bridgman expresó esta indiferencia, como desde una "torre de marfil", cuando afirmó que "el supuesto del derecho de la sociedad de imponer una responsabilidad sobre el científico cuando él no lo desea obviamente implica aceptar el derecho del estúpido de aprovecharse del inteligente" (Bridgman, 1948, p. 70).

En la medida en que la distinción entre ciencia y tecnología se vuelve difusa, la jerarquía de valores que justificaba tal excesivo esnobismo pierde su fuerza persuasiva. Un cambio básico ha ocurrido en la relación entre ciencia y sociedad. Hay una apertura por parte de la ciencia a varias formas de control político y económico y, en algunos casos, lo que yo llamaría "intervención democrática" por miembros legos del público.

¿Pero qué es lo que esto significa exactamente?

Ciertamente no significa eliminar el laboratorio, obligando al científico a trabajar con el público mirando por sobre sus hombros, ni que haya que basarse en el gobierno para las decisiones epistémicas. La democratización y la intervención política y económica en la ciencia es más modesta en sus objetivos por muchas razones. Pero la lucha por el control social de la tecnología difícilmente puede considerarse modesta.

Se intensifica de modo constante y frecuentemente conduce a la intervención directa de los ciudadanos y los gobiernos en decisiones tecnológicas, e incluso en los criterios para la toma de decisión utilizados para seleccionar tecnologías.

La vieja jerarquía de valores ciertamente ha sido embrollada en los últimos años en la medida en que una mayor cantidad de trabajo científico se dirige directamente a la producción de bienes comercializables. Vivimos en una tierra chata de dos dimensiones y no en un universo de tres dimensiones con coordenadas verticales. Pero más allá de los cambios, precisamos de las viejas distinciones.

Ellas corresponden a divisiones vitales estratégicas dentro del mundo de la política. La cuestión es ¿cómo podemos reconstruir la distinción entre ciencia y tecnología sin caer en un esquema valorativo pasado de moda? Esto es lo que voy a intentar aquí.

En lo que queda de esta presentación quisiera ofrecer un nuevo marco para discutir la relación entre ciencia, tecnología y democracia. Discutiré cuatro cuestiones en el espacio disponible. Primero, quiero introducir algunos criterios básicos para realizar la distinción que nos ocupa aquí. En segundo término, propondré un esquema histórico de la evolución de la relación cognitiva entre ciencia y sociedad.

En tercer lugar, argumentaré que la democratización tiene un significado normativo específico para la tecnología que no lo tiene para la ciencia. Y cuarto, presentaré algunas reflexiones filosóficas sobre la estructura paradójica de la emergencia de la esfera técnica pública.

Fuente(s): scielo.br/

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